En su álbum más reciente, el productor nicaragüense-canadiense se plantea las expresiones políticas surgidas en los momentos de quietud.
“Momento Presente” de Brandon Valdivia es como una invocación. En este tema perteneciente a Máscaras, su álbum lanzado en septiembre, un ritmo poco convencional que no pertenece al estilo de baile “footwork”, suena junto a los remolinos de un silbato de hojalata. Suena una campana y, al poco tiempo, la voz divina de un hombre entona un llamado a la acción. “Sabemos que se está separando los opresores y los oprimidos”, reflexiona en español. “No vamos a esperar 2000 años para que los buenos estén de un lado y los malos estén de otro lado. Sino que ese momento lo estamos viviendo ahora”.
Este es el tipo de magia militante que Valdivia, de 38 años, más conocido como Mas Aya, invoca en su música. “Intento fusionar lo político y lo espiritual”, comentó en una entrevista por video desde su estudio en Londres, Ontario. “Hay que actuar, hay que estar en el momento, hay que estar en el mundo”.
Esa sensación de urgencia silenciosa inunda Máscaras, su primer disco desde el LP de 2017 Nikan. A veces, el proyecto hace referencias directas a las revoluciones en Nicaragua, su tierra natal. (El audio hablado de “Momento Presente” proviene de una reunión de guerrilleros a finales de la década de 1970 liderada por Ernesto Cardenal, el teólogo de la liberación). Sin embargo, Máscaras no solo se basa en alusiones explícitas al poder. También se trata de las pequeñas rebeliones incrustadas en los momentos de inmersión y quietud.
Valdivia dijo que el título del álbum describe las máscaras utilizadas en las marchas políticas y las ceremonias indígenas, pero también se trata de su propio método compositivo. “Los instrumentos se esconden dentro de la nube de texturas”, explicó. Las canciones del álbum son como bocetos impresionistas, que cambian los puntos focales por una fresca fluidez. La quena y las flautas bansuri revolotean sobre bucles de batería. El repiqueteo de las claves o las maracas se desvanece en olas de sintetizadores nítidos y ritmos electrónicos desordenados, que se transforman en dulces ráfagas de armonía.
Valdivia creció en Chatham, una pequeña ciudad canadiense a una hora en auto de Detroit. La suya fue una de las primeras familias latinas en llegar, y a menudo anhelaba tener aliados en la música, la comunidad y el arte.
En Nicaragua, su padre era un jipi de cabello largo que escuchaba Black Sabbath y cumbia, fumaba marihuana y consumía ácido. Valdivia se enamoró de la música a los 12 años y aprendió a tocar la flauta dulce, y luego la batería. Veía MuchMusic (el paralelo de MTV en Canadá) y escuchaba la radio pública de Detroit. Leía poesía francesa y pidió una copia de A Love Supreme de John Coltrane en la tienda de discos local. Tardó seis meses en llegarle.
“Sabía que era un bicho raro”, dijo sobre el mundo conservador que lo rodeaba. “Quería salir de ahí en cuanto pudiera”.
Se escapó a la universidad, donde estudió composición en la Universidad Wilfrid Laurier de Ontario, ahí encontró “gente creativa, interesada en superar los límites”, comentó. “Como bichos raros. Utilizo mucho esa frase”.
En los años siguientes, Valdivia se convirtió en un respetado multinstrumentista y percusionista del entorno experimental y de art-rock de Toronto, tocando en grupos como Not the Wind, Not the Flag y I Have Eaten the City. También ha colaborado ampliamente con su compañera, la artista nominada al Grammy y que rompe géneros, Lido Pimienta, quien también participa en Máscaras. A los veinte y pocos años, viajó a Nicaragua, donde visitó a su familia en Managua, Estelí y Masaya, la ciudad natal de su abuela, y estudió las tradiciones musicales folclóricas del país. A su regreso a Canadá decidió poner en marcha un proyecto en solitario, inspirado en parte por su frustración con el entorno artístico de Toronto.
“Nadie hablaba de política. Todo el mundo hacía, básicamente, una extraña música experimental nihilista”, afirmó. Mas Aya toma su nombre del hogar de su abuela, así como de “el más allá”.
Valdivia describió su práctica como “armelódica”, un término que tomó prestado del músico de jazz Ornette Coleman. “Este tipo de música en la que la melodía, la armonía y el ritmo están al servicio de los demás”, dijo. Es una visión que capta el enfoque musical real de Valdivia, pero también evoca los tonos espirituales del álbum en su conjunto.
En el tema “Quiescence”, Valdivia utiliza la mbira dzavadzimu (un tipo de piano de pulgares) como percusión, a pesar de que es un instrumento que suele pulsarse sobre teclas de metal. Por encima de ligeras flautas y sintetizadores brillantes, el sonido de los mazos que golpean la mbira se funde en una pacífica ondulación líquida.
En “18 de Abril”, usa el audio de un manifestante universitario en una protesta de 2018 en Nicaragua, conectando los esfuerzos de resistencia actuales con los movimientos de décadas pasadas, y presentando la lucha política como un continuo. El resultado va más allá de la mera fusión o del homenaje ancestral. Articula un lenguaje prismático y poético, con lo cual demuestra que la expresión política no siempre es evidente. También puede llegar en momentos de silenciosa contemplación y conexión.
Isabelia Herrera es crítica de arte becaria en el Times. Cubre la cultura popular, con especial atención a la música latinoamericana y latina en Estados Unidos. Anteriormente fue editora colaboradora en Pitchfork y ha escrito para Rolling Stone, Billboard, GQ y NPR, entre otros. @jabladoraaa
Source: Music - nytimes.com